Quienes han leído estas cartas dicen que les gusta su tono vital y optimista, a veces de humor, con el que el autor se enfrenta a su realidad de marido cuarentón y enamorado, padre de hijos adolescentes, rodeado de problemas.
Se ha dicho también de las cartas que algo tienen de filosóficas, pero de una filosofía práctica e intimista de quien entiende que la verdad, el amor y la belleza, son las distintas caras de ese sentimiento tan esquivo al que llamamos felicidad.
El autor afirma que para él son sólo cartas de amor sinceras de un hombre seducido por la feminidad de su mujer. Y que si algo describen sin quererlo es cómo la fiebre del primer enamoramiento se transforma -con el tiempo y mucho trabajo- en una simbiosis a la que se le puede llamar «verdadero amor» y, también, cómo ese «amor verdadero» sobrepasa al que lo siente y se irradia a quienes tiene cerca. «He escrito tantas -concluye- sólo porque a ella, después de leerlas, le dan ganas de quererme más».